La brutalidad de creernos superiores

Adentrémonos en el poder del discurso interesado y de la manipulación de los hechos. Donde ni siquiera las pruebas que llevan a la lógica contraria consiguen alterar el falso discurso.

Tendemos a vivir en el ahora, lo que es saludable, pero eso también nos lleva a pensar que los problemas que tenemos hoy día son «actuales«, no los han tenido las generaciones previas a la nuestra. Nada más lejos de la realidad.

Si hoy día acusamos a las redes sociales digitales de amplificar y diseminar falacias, desinformación, y en general, discursos falsos, o no basados en evidencias; esto no es algo que hayan desencadenado estas plataformas de comunicación, era algo que ya venía de mucho antes.

Y es que, repasando la historia, hay miles de casos en los que guerras, desastres humanitarios y calamidades varias han estado influenciadas por partes interesadas que han «manipulado» un discurso para «adaptarlo» a sus necesidades. Uno de esto casos, que hoy día sigue en nuestra psique, es la creencia de la inferioridad del pueblo africano en contraste con el europeo. Una falacia nacida en su día de una necesidad comercial. El colonialismo.

Desde 1870 las potencias europeas compitieron para apoderarse de la mayor parte posible del continente africano, que paso de un 10% bajo control europeo entonces, al 90% en 1914.

En los siglos XVI y XVII, el Reino de Benín era la principal potencia comercial a lo largo de la costa de Nigeria. Y los holandeses y portugueses, que hacían negocios con este reino, escribían impresionados sobre la prosperidad del mismo.

Benín se caracterizaba por ser un importante centro cultural, con florecientes gremios de carpinteros, alfareros y tejedores, así como por poseer una la arquitectura monumental. Un comerciante de Ámsterdam, en 1668, decía del palacio real: «Cada techo está adornado con una pequeña torre en forma de chapitel sobre la que se encuentran pájaros de cobre fundido, esculpidos con gran destreza«.

Aunque el comercio con Benín comenzaría en 1472, con los portugueses, no sería hasta mediados del siglo XIX, que los británicos quisieron apoderarse del reino alegando que era un «lugar de barbarie gratuita que apesta a muerte«, palabras del explorador británico Richard Burton, entonces cónsul en África occidental, que estaba frustrado porque el reino se negaba a negociar tratados comerciales con ellos.

En febrero de 1897, los británicos invadieron la capital del Reino de Benín, destronaron al rey y un extenso incendio arrasó todo el lugar, en una contienda que se prolongó durante 10 días. Los británicos lo justificaron como la respuesta a la emboscada, que el mes anterior, los guerreros del reino habían realizado sobre un grupo de cientos de hombres británicos que tenían como objetivo deponer al rey del reino y establecer un gobierno que les fuera favorable.

Y entonces comenzó la narrativa sobre Benín, el reino donde se producían sacrificios humanos, había comercio de esclavos y era un estado bárbaro y violento. Un discurso que buscaba pintar al «negro» como un involucionado, un ser que debía ser rescatado y civilizado bajo el dominio europeo, o bien, aniquilado directamente.

Después de la invasión (y aniquilación del reino de Benín por parte de los británicos), la prensa publicaría durante meses relatos donde se hablaba de decapitados en ceremonias religiosas y otros espantos de ese lugar de sangre.

No sería hasta un año después, cuando las obras saqueadas del palacio real, habrían sido revisadas por los responsables de los museo europeos a los que habían llegado, que se produjo un arqueamiento de cejas.

¿Cómo era posible que una «raza» tan barbara pudiera haber creado un arte tan desarrollado?, se preguntaron los curadores del Museo Británico en 1898 en «Obras de arte de la ciudad de Benín», dando voz a lo que pensaban muchos otros.

Y es que los detallados relieves en bronce, que venían de decorar los pilares del palacio del rey de Benín, las cabezas de reinas madres y otros antepasados, las serpientes y los cazadores, y demás tesoros eran exquisitos.

Hace 125 años que los británicos eliminaron del mapa el Reino de Benín porque este había logrado mantener su independencia y el monopolio de preciados recursos naturales, como el aceite de palma, la pimienta, el coral azul o el marfil, algo que irritó profundamente a los colonizadores británicos.

Y hace 125 años que se creó un discurso para ocultar esta razón y que prevaleciera la idea de la cultura inferior africana, y el occidental europeo como el salvador intelectual que lleva la civilización a esas tierras. Aunque era un discurso insostenible con las pruebas que esos mismos invasores trajeron de vuelta, esa es la idea que globalmente imperó, y sigue imperando hoy día. Introducida en nuestra psique desde muy pequeños.

Ese es el poder del discurso interesado y de la manipulación de los hechos. Donde ni siquiera las pruebas que llevan a la lógica contraria consiguen alterar el falso discurso. ¿La imprenta de Guttemberg?, ¿los medios de comunicación?, ¿Internet?, ¿las redes sociales digitales? Da igual. El humano siempre encuentra una forma de adaptar el discurso y aumentar su difusión según sus intereses.