La obsesión por la adulación

Hay una aparente necesidad de sentirse adulado, reconocido, apreciado. Constantemente.

A los medios, de todo tipo, desde la gran publicación impresa al «comunicador» random de turno en la red de difusión que se tercie, les encanta pronunciarse sobre la aparente necesidad de visualización digital de los individuos. Me refiero a esa actitud compulsiva de una gran mayoría de «compartir» sus banalidades diarias. Ya sea lo que como, lo que veo, lo que leo, lo que escucho, lo que me pruebo en el probador de la tienda X…

El gesto más habitual al sentarte a la mesa de un restaurante y que te sirvan el plato ya no es coger los cubiertos, es alcanzar el móvil para poner el objetivo sobre la comida emplatada.

La misma acción se repite cuando alguien parece coger por las mañanas el ascensor de su casa. Llevar el móvil al espejo omnipresente en el elevador y hacer la instantánea para compartirla con propios y extraños en la red de difusión que se tercie parece ser la acción cotidiana.

Pero, esta obsesión enfermiza, y ya de acción semi inconsciente, ¿es una necesidad de sentirse «acompañado»? o, por el contrario ¿es un ruego de aprobación, pidiendo la adulación?

Desde mi punto de vista, es esto último.

Hay una aparente necesidad de sentirse adulado, reconocido, apreciado.

No se comparte la ropa del probador para pedir la opinión de la «audiencia» virtual, sino para esperar el reguero de emojis de corazón que alguna apps muestran recorriendo la pantalla, o las onomatopeyas preconfiguradas del teclado móvil. Porque nadie se hace una foto en el espejo y la publica sin antes verse a sí mismo guapo/a. Cuando tú lo tienes claro es cuando quieres llevar la imagen a las redes, esperando que te hagan sentir bien con halagos, que seamos honestos, son en gran medida fingidos, por una especie de contrato social de «yo te digo que estás estupendo porque espero que tú me digas lo mismo cuando publique algo».

Así que, finalmente, lo de compartir por las redes de difusión a lo TikTok e instagram, o por las redes sociales como WhatsApp, no es más que una solicitud de súplica de alimentación del ego.

Esto tiene directa relación con el impacto negativo que causan estas redes sobre sus usuarios, al depender de ellas para «sentirse» bien. Y es por ello por lo que los expertos en salud mental llevan ya una década avisado del enorme impacto negativo que tienen en la sociedad en general.

Y es que, cuando se habla de redes de difusión de contenidos (Facebook, TikTok, Instagram…) o redes sociales (WhatsApp, Telegram), siempre se pone el foco en la juventud, como si fueran los principales usuarios. Nada más lejos de la realidad. Cualquier scroll sobre tu listado de conversaciones de WhatsApp te mostrará una maraña de selfies de tus familiares que se acercan al quinto o sexto decenio, o conocidos que te muestran sus emplatados aleatorios, y que ya visten bastantes canas.

La necesidad de adulación no conoce edad, porque es adictiva.

Pero sí es verdad que los veinteañeros de hoy han crecido con esta conducta convencional y estandarizada de «pedir» la adulación a través de las imágenes compartidas con el móvil. De ahí que su dependencia antes las mismas sea más peligrosa, y lleve a desordenes de personalidad y crisis mentales.

Quizá sería bueno hacer la reflexión, en voz alta ante los demás, de que cuando ves una foto de un emplatado, un viaje, un paisaje o un posado en un vestidor, uno lo que piensa del emisor es que está suplicando mi adoración. Y quizá eso haga bajar la cantidad de imágenes que se comparten innecesariamente.

Quizá sea bueno que empecemos a dejar de vulgarizar el hecho de compartir cosas que deberían quedar en nuestro espacio privado. No se pretende hacer sentir cierta vergüenza ante la idea de ser un pedigüeño a los habituales propagadores, sino enseñarles que no deberían depender de los demás para valorar sus propias experiencias.

No deberías disfrutar de un plato de comida porque los demás te digan que parece delicioso. No deberías desear que los demás parezcan sentir envidia del sitio en el que estás de vacaciones para que puedas disfrutar del mismo plenamente. Y, desde luego, no deberías comprarte o no ropa, porque los demás te llenen la pantalla del móvil de corazones rosas flotantes.

Hay que parar esta escalada que parece no tener freno. Y quizá vaya siendo hora de decir alto y claro, que lo que percibes cuando recibes un selfi o una foto no solicitada de vacaciones, o una imagen de una mesa puesta, es que esa persona no está compartiendo algo conmigo, me está suplicando que lo halague. Y no pienso hacerlo.

Imagen de portada de Philippe Oursel