Cómo matar de hambre a la bestia

Un reciente artículo de Paul Krugman, premio Nobel de economía, en el The New York Times incidía en un tema recurrente en la política económica norteamericana, el uso partidario del déficit para justificar los recortes, pero que fácilmente podemos ver su reflejo en nuestro país.

En el artículo, Paul Krugman mostraba los peligros para la servicios públicos básicos, como la sanidad (programa Medicare en EE.UU.), que supondriá una mayoría republicana (el partido del presidente Trump) en las elecciones al Congreso estadounidense de noviembre. La hipótesis del premio Nobel es que, si esto ocurre, se revocará la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible del expresidente Obama y, lo que es más impactante, el propio programa Medicare, que es como si se planteara el vaciado de recursos de nuestro programa de la seguridad social para pensionista. Esta alarmista visión del futuro la justifica Krugman a raiz de las entrevistas a Steve Stivers, presidente del Comité Republicano Nacional del Congreso, y Paul Ryan, presidente saliente de la Cámara, donde, estas relevantes figuras republicanas consideran que, si ganan en noviembre, el siguiente paso serán los grandes recortes en programas esenciales para los jubilados estadounidenses. ¿Y por qué? Por el déficit presupuestario. Y he aquí la madre del cordero. El tema del que va realmente este artículo.

Primero, una definición de lo que es:

El concepto de déficit fiscal, déficit presupuestario o déficit público describe la situación en la cual los gastos realizados por el Estado superan a los ingresos no financieros, en un determinado período (normalmente un año).

En definitiva, la diferencia entre ingresos y gastos. Si el Estado gasta más que ingresa, tenemos déficit. Y esta es la palabra mágica que se utiliza siempre en política para justificar recortes sociales (nunca se suele hablar de recortes en otras áreas, como gasto militar). Si lo llevamos al ámbito empresarial, sería como si una empresa buscara la rentabilidad no a través de fórmulas que hagan aumentar los ingresos, como nuevos clientes, si no exclusivamente disminuyendo los gastos, como despedir a personal. Y la paradoja del caso norteamericano es que los republicanos llevan desde los años 70 del siglo pasado apoyando una política basada en «evitar» obtener más ingresos, más bien todo lo contrario, se apoya «ingresar» cada vez menos. Que es precisamente lo que ha impulsado Trump desde su llegada al poder, una enorme rebaja fiscal para las multinacionales y los ricos.

Bajar lo impuestos suena siempre bien, sólo hay un problema, es la manera que tiene un Estado de obtener ingresos con los que después pagar sus deudas. Por eso lo paradigmático sea que los mismos que apoyan la rebaja de impuestos sean los que después critican que se produzca un déficit, lo que les impulsa a pedir un menor gasto. La jugada es sencilla, como Estado busco ingresar menos, para así justificar gastar menos.

Esta estrategia no solo no es nueva, y desde luego no es un pensamiento verbalizado febrilmente en un ataque de conspiranoia. Fue formulada por Alan Greenspan en 1978 con el objetivo de controlar el gasto a través de rebajas tributarias que reducirían los ingresos, y luego “se confiaría en que hubiese un límite político al gasto deficitario”. A esta estrategia se la denomina “matar de hambre a la bestia”, y es apoyada desde su formulación por economistas republicanos como el mismo Greenspan o Milton Friedman. Resumiendo, que el aumento del déficit de un país no es una consecuencia indeseada por una política de rebajas fiscales, ese es en sí el objetivo.

En un mundo Disney, donde las nubes saben a fresas y al final del arcoiris nos espera un cofre con monedas de oro, sin lugar a dudas este planteamiento de «esperar que un Estado gaste menos porque ingresa menos» pudiera ser posible. Pero no en el mundo real.

Las consecuencias reales a esta política son un recorte en gastos que el Estado prefiere externalizar, entendiendo «externalizar» como servicios ofrecidos por entidades con interes de lucro. Si el Estado no ofrece servicios sanitarios, será el ciudadano el que tendrá que proveerselos por sí mismo, es decir, contratarlos. Seguros de salud, hospitales privados, colegios privados, pensiones privadas… Los recortes en servicios sociales solo conducen a un camino, a la privatización de esos servicios, a su comercialización. Y esto podría no ser malo en sí mismo si vivieramos en un mundo onírico, la Disneylandia social, donde con tu sueldo puedes pagar tu sanidad, tu formación, tu vejez. El problema es que si naces, no ya pobre, sino en un familia de clase media, sin déficit (entra lo mismo que sale), no vas a tener el mismo acceso a la sanidad que alguien que tenga la suerte de nacer en una familia con superavit (entra más de lo que sale). De hecho, puede que ni siquiera llegues en buenas condiciones a los treinta sin acceso a una buena atención sanitaria. No digamos ya el acceso a una formación, si sólo puedes formate si tus padres tienen dinero para facilitarte una educación de calidad, vas a estar en franco desequilibrio frente a aquellos que no hubieran tenido problemas económicos. En definitiva, si naces pobre, mueres antes y seguiras siendo pobre toda tu vida porque el sueño americano se te escapa al no tener las mismas oportunidades que los niños de papá.

Como esto es de cajón. Como saber que al tirar un huevo desde la azotea éste se va a estrellar, la Seguridad Social de todos los paises del Primer Mundo busca mantener cierto equilibrio en la ciudadanía, no mantener el equilibrio entre ingresos y gastos, el déficit cero, sino que todos los ciudadanos de un país tengan un acceso equilibrado a los mismos servicios básicos. Naturalmente, las familias con más recursos siempre podrán tener acceso a una mejor sanidad, mejor educación, mejor vejez. Pero el objetivo de un Estado no debe ser buscar una paridad entre los ciudanos, porque es imposible, volvemos al mundo Disney, pero sí un equilibrio. Una base igualitaria que permita a los ciudadanos acceder a la posibilidad de una mejora.

Rebajarles los impuestos a los ricos y al mismo tiempo mutilar letalmente los programas para los pobres y las clases medias argumentando el equilibrio del déficit es, como dice Paul Krugman en su artículo, muy gráficamente, «una extraordinaria desfachatez, como cuando uno mata a sus padres y después pide clemencia por ser huérfano».


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