La muerte de la estrella de cine

En la Era de Oro de Hollywood todo giraba en torno a la figura del la estrella de cine y su capacidad de arrastrar masas de espectadores a las salas. Distintos factores han propiciado que eso ya no ocurra.

En los años dorados de Hollywood la creación de las estrellas del cine venía a sustituir en la mente de los norteamericanos a la realeza británica de la que no disponían. Pero ese mundo que antes creaba estrellas, realeza industrializada, ha cambiado.

Oh, do you feel the breeze from the subway? Isn’t it delicious? (Oh, ¿sientes la brisa del metro? ¿No es delicioso? )

Marilyn Monroe en The Seven Year Itch

El crítico de cine de NPR (National Public Radio​​, el servicio de radiodifusión pública de Estados Unidos), Bob Mondello cree que mucho antes de la llegada de las franquicias y la propiedad intelectual, los grandes estudios como MGM, Paramount y Warner Brothers dependían en gran medida de la creación estrellas como reclamo para vender sus películas al público. Las estrellas no nacían, se fabricaban. Estudios como MGM seleccionaban a actores que llegaban a la meca del cine, y los «arreglaban» de distintas maneras. No solo su aspecto era adaptado al personaje/estrella que querían crear en el estudio, incluso sus nombres eran cambiados. Hacían todo lo que estaba en sus manos para convertir a alguien en glamoroso.

You know how to whistle, don’t you, Steve? You just put your lips together and blow (Sabes silbar, ¿verdad, Steve? Solo tienes que juntar los labios y soplar)

Lauren Bacall en To Have and Have Not

La idea era, según Aisha Harris, copresentadora del exitoso podcast de NPR Pop Culture Happy Hour, crear estrellas de cine de las que los espectadores creyeran que eran más grande que la vida.

Con la inestimable ayuda de las revistas de fans y poderosos columnistas de chismes con conexiones de estudio, cultivaban esas imágenes de glamour, y lejanía que les daba su personalidad. Porque la base sobre la que poder crear una estrella reside en la creencia absoluta de que, como las estrellas reales, éstas no son alcanzables.

Esas personalidades prefabricadas por los departamentos de relaciones públicas se adentraron en la mente del público cuya principal forma de entretenimiento era ir al cine. En el apogeo de la popularidad de este arte, más de 80 millones de estadounidenses iban al cine más de una vez a la semana.

No era un sistema de trabajo muy diferente del que después haría la televisión, en forma de series. Si algo funcionaba, como una combinación de actores y tipo de trama, esta se repetía una y otra vez, a veces, lanzando películas con las mismas estrellas, y en el mismo genero, cada pocos meses. Por ejemplo, Ruby Keeler y Dick Powell hicieron musicales juntos en la década de 1930 que parecían salir cada seis meses. Todo, con el único objetivo de mantener el sistema de estudios rodando.

Pero Mondello cree que la maquinaria comenzaría a romperse cuando las estrellas quisieron tener más control sobre sus carreras y los directores tenían más control sobre sus películas. Pero aún así, el legado de ese viejo sistema de estudios proyectaría una larga y duradera sombra sobre la industria durante décadas.

La disrupción llegó con la llegada de dos elementos coincidentes: La dependencia de las franquicias y las redes sociales.

El final del siglo 20 y la llegada del 21 trajeron un nuevo actor al negocio del entretenimiento. Sin que nadie lo hubiera invitado. Si el cine soportó la llegada de la televisión, y después de Internet, de manera estoica, algo iba a cambiar con las Redes.

Las estrellas de cine comenzaron a usar las Redes para poder tener un contacto más cercanos con su base de fans. Pero esa acción, pensada como una actividad más de marketing para ayudar a la «venta» del personaje/estrella consistía en realidad en romper con la cuarta pared, la que, de hecho, los convertía en estrellas.

Es cierto que las agencias de relaciones públicas veían como los nuevos personajes públicos comenzaban a nacer en las Redes, y se hacían enormemente conocidos en muy poco tiempo, con una muy controlada inversión económica. De ahí surgiría la necesidad de crear cuentas a sus clientes, o incitar a los mismos a que las crearan para «tener una imagen pública en Redes» y que no perdieran su popularidad en favor de los instagramers, twitteros y demás fauna.

Pero ser cercano es la antítesis a ser una estrella, recordemos, inalcanzable.

Por otra parte, los estudios se han focalizado los últimos 20 años en el desarrollo de franquicias y propiedades industriales (IP), no en la creación de estrellas. Han desarrollado personajes ficticios y los han alejado del intérprete. Lo importante no es quién interpreta al personaje, lo importante es el personaje, la propiedad intelectual.

El actor Anthony Mackie, que interpreta a Sam Wilson / Falcon en el universo Marvel, comentaría ya sobre esto en un evento de la Comic-Con en 2018.

Ya no hay estrellas de cine. Anthony Mackie no es una estrella de cine. Falcon es una estrella de cine. La evolución del superhéroe ha significado la muerte de la estrella de cine.

Anthony Mackey

Y no es el único que culpa del dominio de las películas de superhéroes y otras propiedades intelectuales establecidas al declive de la estrella de cine. El director Quentin Tarantino se hizo eco de sus palabras en el podcast de Tom Segura a finales del 2022.

Tienes a todos estos actores que se han hecho famosos interpretando a estos personajes, pero no son estrellas de cine. El Capitán América es la estrella. Thor es la estrella.

Quentin Tarantino

Está claro de que ya no queda nadie como Marilyn Monroe o Clark Gable en el mundo del cine, pero, ¿realmente no hay nadie más?, ¿y realmente importa?

Para contestar a la primera pregunta, Aisha Harris cree que debemos partir primero de cómo se define una estrella de cine, y que si creemos que una estrella es alguien con capacidad de arrastre hacia las salas, ese actor que va a atraer a una multitud solo por el hecho de que está en la película, la respuesta es que no hay ya estrellas de cine tal como las definíamos antes.

Y pone de ejemplo a Tom Cruise, alguien que podríamos considerar como la última estrella. Cruise no se ha dejado ver mucho por las Redes, ha conservado su aura de misticismo, se sabe de sus amoríos, su posición destacada en una famosa secta y poco más, porque en sus Redes no se prodiga más allá de hacer publicidad de las películas en las que aparece. Pero cuando piensas en Tom Cruise, piensas no en la persona, sino en la franquicia de Misión Imposible, o en Top Gun. No vas a ver una peli de Tom Cruise, vas a ver la siguiente peli del agente Ethan Hunt. Y es algo que él mismo sabe, porque la mayoría de las películas que ha hecho en la última década han sido películas de franquicia. E incluso en la clausura de los Juegos Olímpicos de París no apareció Tom Cruise, el actor, sino el personaje Ethan Hunt haciendo lo que hace Hunt.

Todas las grandes estrellas ahora están en franquicias, y es difícil decir dónde comienza su carisma y atracción y dónde comienza la atracción de la franquicia en sí.

Los conceptos franquicia y estrella se ha ido mezclado poco a poco desde que los grandes estudios apostaron por llenar las películas de superhéroes de ellas. La mayor presencia de estas grandes estrellas las encontramos en las películas de franquicias. Muy lejos de donde solíamos verlas antes.

Al comienzo, esto era algo curioso de ver, una operación de imagen que buscaba transmitir «calidad» al producto cinematográfico. Quizá, una de las películas pioneras en hacer esto fue el Superman original de 1978. La excelente cinta de Richard Donner se cubrió de gloria al atraer a Marlon Brando, la gran estrella de cine durante décadas, y a la flamante estrella del momento Gene Hackman. A partir de entonces, la veda de las estrellas en vehículos no de autolucimiento, sino de lucimiento de una IP, quedó abierto. Pero no sería hasta décadas después, con la eclosión del mundo Marvel en el cine, que las franquicias acabarían engullendo a las estrellas.

Las propiedades industriales (IP) son ahora la estrella de cine.

Harris pone otro ejemplo para ilustrar la idea de que las estrellas hoy día son las propiedades intelectuales y no los intérpretes. Esta vez con la actriz Zoe Saldana, que se convirtió el año pasado en la primera intérprete en protagonizar cuatro películas que ganaron al menos 2.000 millones de dólares en la taquilla. Con estos números en la mesa podríamos considerar a Zaldana como una estrella, ya que las películas en las que participó atrajeron a millones de espectadores. Bajo el prisma de décadas pasadas sobre cómo definíamos a una estrella. Y es que hoy día, nadie vería a Zoe Zaldana como una estrella de cine, tal como vemos mentalmente a Lauren Bacall o incluso a Julia Roberts. Y es que la gente no fue a ver «Guardianes de la Galaxia» o «Avatar» porque ella estuviera en esas películas. Fueron a ver la película en sí, y se encontraron allí a Zoe Saldana.

Pasemos ahora a contestar la segunda pregunta. Si realmente importa que la forma en que estamos midiendo a la estrellas de cine haya cambiado, ya que las circunstancias no son las mismas que solían ser hace 10, 15 ó 50 años.

Importa en el aspecto creativo. Aunque la creación del concepto de estrella de cine fue una acción publicitaria para poder seguir atrayendo a los espectadores a las salas, basada en el diseño de un reclamo cuyo propietario absoluto eran los estudios. La independencia de los estudios que conseguirían los interpretes años después les llevó a arriesgarse en proyectos distintos a los que los estudios diseñaban para ellos.

Los intérpretes usaban su aura de estrellas para validar, financieramente, proyectos en los que los estudios no creían. Tenían la capacidad de arrastrar espectadores a las salas, como hoy día tienen los deportistas, capaces de llenar estadios solo para verlos a ellos (no al equipo) jugar.

Hoy día ningún intérprete tiene esa capacidad de arrastre o validación. Muy pocas personas acuden a una sala de cine porque crean que el actor, actriz, director o productor de la cinta sea una garantía de que la película les vaya a gustar. Ni siquiera Spielberg tiene ya ese poder de arrastre. Esto ha motivado que los estudios crean que la única manera de asegurarse un producto de éxito, o minimizar los riesgos financieros, sea optar por franquicias: secuelas, reinicios, IPs conocidas…

Si miramos la taquilla mundial de 2023, vemos que de las 20 películas que más recaudaron, 17 son franquicias o IP ya conocidas. Sólo la premiada Oppenheimer y las películas de animación Elemental de Pixar y Migration de Illumination son creaciones nuevas.

1Barbie$1,445,638,421
2The Super Mario Bros. Movie$1,361,992,475
3Oppenheimer$975,440,031
4Guardians of the Galaxy Vol. 3$845,555,777
5Fast X$704,875,015
6Spider-Man: Across the Spider-Verse$690,615,475
7Wonka$632,302,312
8The Little Mermaid$569,626,289
9Mission: Impossible – Dead Reckoning Part One$567,535,383
10Elemental$496,444,308
11Ant-Man and the Wasp: Quantumania$476,071,180
12John Wick: Chapter 4$440,157,245
13Transformers: Rise of the Beasts$438,966,392
14Aquaman and the Lost Kingdom$434,381,226
15Meg 2: The Trench$397,700,317
16Indiana Jones and the Dial of Destiny$383,963,057
17The Hunger Games: The Ballad of Songbirds & Snakes$344,357,763
18Migration$299,161,774
19Five Nights at Freddy’s$291,493,620
20Creed III$276,148,615
Taquilla mundial según el repositorio de Box office Mojo (de IMDB, que a su vez pertenece a Amazon)

Nuevas franquicias basadas en IP llegaron el año pasado, como primer capítulo de lo que se espera sea una larga serie: Barbie, de la que ya se habla de la secuela, The Super Mario Bros, que lo volvía a intentar esta vez con éxito, Five Nights at Freddy’s basada en la franquicia de videojuegos del mismo nombre, Wonka, una precuela de la famosa novela y película Charlie y la fábrica de chocolate de Roald Dahl.

Con estos datos queda claro que la creatividad no está en sus mejores momentos. Por lo menos, la creación de nuevos productos de entretenimiento que no estén basados en una propiedad intelectual ya existente. Parece que es cada vez más difícil crear algo completamente nuevo, o por lo menos, que los que ponen el dinero para financiar esas aventuras lo hagan. Disney es un gran ejemplo de ello. En IMDB encontramos una lista de los proyectos del 2024 al 2027 del gigante del entretenimiento:

Año de lanzamientoPelículaFranquicia
2024La joven y el marNo
2024Del revés 2 (Inside Out 2)
2024Deadpool y Lobezno
2024Sister Act 3
2024Vaiana 2
2024Mufasa: El rey león
2025Captain America: Brave New World
2025Snow White
2025Thunderbolts
2025ElíoNo
2025The Fantastic Four: First Steps
2025Tron 3
2025Blade
2025Zootrópolis 2
2025Avatar: Fire and Ash
2025Lilo & Stitch
2025Freakier Friday
2026Avengers: Doomsday
2026The Mandalorian & Grogu
2026Toy Story 5
2026Moana
2026Star Wars: New Jedi Order
2027Avengers: Secret Wars
2027Frozen 3
Datos extraídos de IMDB

De este listado, que muestra 3 años de lanzamientos previstos, 22 son películas basadas en IP ya existente, o bien secuelas, precuelas o nuevas versiones de películas. Sólo encontramos 2 películas sin conexión con otras, una para Disney+, es decir, ni siquiera pensada para estrenar en cines, y la nueva película de animación de Pixar para el año que viene.

Ante este panorama esta claro que la figura de la Movie Star no tiene nada que decir. Los interpretes irán donde les digan que deben ir, harán lo que les digan que deben hacer, cortejarán a sus fans en las Redes esperando no perder visibilidad ante cualquier cada-día-un-nuevo personaje de Internet, sacrificando a su vez, su aura de estrella.

La estrella de cine ha muerto, en su concepción original. Pero sigue habiendo estrellas para el gran público. Estrellas de la música, del deporte, incluso de las finanzas o la política. Y por supuesto, de las Redes. Aunque esas estrellas sean lowcost, porque, a parte de ser de nicho, nacen y mueren con una rapidez próxima a la moscas.

Imagen de portada: Foto de dominio público de Marilyn Monroe durante el rodaje de The Seven Year Itch en las calles de Nueva York. Al parecer, se detuvo en algún momento del rodaje de la famosa «escena de la falda» y posó para los reporteros y fotógrafos que cubrían el rodaje.

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