La mayor motivación para la movilización digital es el odio

Las noticias falsas no son compartidas por los usuarios más tontos o peor informados, sino por los más radicalizados.

Un estudio de Michael Bang Petersen y Alexander Bos (Universidad de Aarhus) analiza las motivaciones psicológicas de más de 2.500 usuarios de Twitter en EE.UU. Al relacionar unas 500.000 noticias viralizadas por las redes, la conclusión del estudio es: «Las noticias falsas no son compartidas por los usuarios más tontos o peor informados, sino por los más radicalizados«.

Quienes comparten más información falsa son tan reflexivos como los demás y saben más de política. Simplemente odian más a los miembros del otro partido.

El verdadero problema no es la difusión de noticias falsas, sino difundir noticias de forma sesgada.

Michael Bang Petersen

En definitiva, a los usuarios de redes digitales con más bilis no les interesa saber si las noticias que difunden son o no reales, sino si sirven para ir contra sus rivales, políticos o sociales. Para ello, en su discurso digital mezclan noticias falsas con otras reales que apoyan su ideología. Lo importante es hacer daño al que no piensa como tú, más que hacer valer tu ideología.

De ahí que hayamos llegado a un clima de crispación constante sobre cualquier tema que se aborde en Internet. La polarización, el enrocarse en una postura inamovible, es algo que ciertos individuos necesitan como el aire. Y al final estos son los ruidosos, los que crean el discurso, porque la mayoría silenciosa va «a sus cosas».

Se crean así dos grupos, el compuesto por los muchos callados y el compuesto por los pocos alterados. Son estos últimos los que alimentan la crispación social polarizando las ideas y radicalizando las posturas. O estás conmigo o contra mí.

Nuestra tendencia natural es querer tener razón, y hacérselo saber a los demás. Es por esto que la información falsa se comparte como una manera de confirmar nuestro sesgo, buscamos la validación de nuestras ideas, porque necesitamos reafirmarnos en ellas.

Nos gusta leer noticias que nos dan la razón, y las que no, las despreciamos acusándolas de falsas. Cuando son sobre nuestro posicionamiento, las compartimos como una manera de decirles a los demás «ves como tengo razón». Y las que nos lo quitan, las acusamos de falsas de raíz, no pasamos del titular. No buscamos la verdad, buscamos nuestra reafirmación personal.

Al ser más inamovibles, menos adaptativos al entorno, y más fieles a nuestras emociones que a nuestra capacidad de raciocinio, hemos creado una sociedad que se ha vuelto más agitada, enfadada y polarizada. Y esto se ve reflejado en Internet. Pero en el mundo digital, al que todo el mundo vive enganchado las 24h, hace que este ánimo esté más a la vista, lo que aumenta aún más la percepción de hostilidad.

Es por ello que, ante cualquier situación, surjan los «insurgentes», los posicionados en contra o a favor, y que se enroquen en sus ideas cuanto más evidencia se les da de que es errónea. Lo vemos en las teorías de conspiración en Internet, como las del coronavirus o las vacunas, y lo imposible que ha resultado convencerlos de lo contrario. Su identidad personal está en juego. De ahí que haya padres que prefieran dejar morir de gripe a sus hijos por no vacunarlos antes que ceder a su ideología. O que unos iluminados decidan invadir su congreso representativo.

Y según todos los estudios de comportamiento, la situación solo va a empeorar en el futuro más cercano.

¿Qué podemos hacer? Quizá debamos ser menos pasionales con nuestras ideas, mas pragmáticos. Tener una mente abierta, tanto a lo que ya hemos asimilado como cierto, como a aquello nuevo que nos quieren enseñar. Más abiertos, más críticos, más empáticos. Pero sobre todo, más serenos y respetuosos.

Imagen de portada de  Andre Hunter en Unsplash