El negocio de la soledad

La soledad, un problema que hemos creado como sociedad, y que se ha acentuado ahora aún más por la COVID-19, se ha convertido en una oportunidad de negocio.

A partir del completo reportaje de The Guardian escrito por Mathias Rosenzweig «Boyfriends for rent, robots, camming: how the business of loneliness is booming» descubro el creciente negocio que la soledad en nuestra sociedad está creando, acentuado ahora aún más por la COVID-19.

Y es que, afrontémoslo, nos hacemos mayores en el primer mundo. Y el envejecimiento de la población lleva (no como una causalidad en realidad, pero si como una realidad en la práctica) a la soledad. Pero ya no sólo los mayores se sienten, y están, solos. La pandemia de 2020 ha llevado el sentimiento de soledad a los domicilios de veinteañeros, treintañeros y cuarentones. Es decir, desde los baby boomers, a los zoomers, pasando por la generación X y la millennial, todos parecen ser potenciales clientes de la nueva oferta tecnológica y de servicios destinada a aliviar la angustia de sentirse solos.

En los últimos 50 años la tasa de soledad no ha hecho más que aumentar en EE.UU, llegando a duplicarse. En el Reino Unido, más cerca de casa, ya en 2018, un informe del gobierno inglés alertaba de que 200.000 ancianos decían no haber hablado con amigos o familiares en un mes, lo que se une al aviso de que el 75% de los médicos de cabecera del país aseguran ver entre uno y cinco pacientes en situación de soledad al día.

Y la soledad mata, tanto como el tabaco. Estar solo afecta a la salud como fumar 15 cigarrillos al día.

La iniciativa privada ha visto un nicho de mercado en esta situación, y los japoneses, líderes mundiales en eso de durar más que una piedra en el fondo del río, son los que están constituyendo más empresas de servicios y tecnología buscando beneficiarse de la soledad de sus conciudadanos. Y es que actualmente, más de un cuarto de sus ciudadanos tienen 65 años o más, una proporción que se espera que aumente al 40% para el 2050.

Desde empresas que venden seguros a los arrendadores de fincas, ofreciendo hacerse cargo de los inquilinos que mueran en sus propiedades e incluso pagar los meses de alquiler que faltan, hasta japoneses que deciden casarse con la idol virtual Hatsune Miku por 2.400€ más una cuota mensual, lo que les da derecho a tener una «esfera negra» que contiene a la creación virtual.

Hatsune Miku

En el capítulo de robots encontramos a Paro, una especie de foca arpa que, se supone, proporciona los mismos beneficios que los animales terapéuticos. Equipado con varios tipos de sensores, puede percibir a las personas y su entorno, imita los sonidos de las crías de foca reales e incluso está programado para dormir durante la noche y estar activo durante el día.

Robot Paro

Al igual que los animales utilizados en la terapia con mascotas, Paro puede ayudar a aliviar la depresión y la ansiedad, pero nunca necesita ser alimentado y no muere.

Dr. Takanori Shibata, creador del robot Paro

Desde Israel, la empresa Intuit Robotics ha lanzado, en fase de prueba, ElliQ, un robot que tiene como claim «tu compañero para un envejecimiento más feliz». Su diseño no es tan adorable como Paro, sino que es más similar a una lámpara de mesa con una cabeza blanca que se ilumina al interactuar con su dueño, recordándole beber agua, tomar sus medicamentos, animándole a hacer ejercicios físicos y para la estimulación cognitiva.

Robot ElliQ

Pero volviendo a Japón, donde el sentimiento de soledad es una lacra, encontramos desde fundas para móviles con manos hiperrealistas adosadas para que sus usuarios tengan la sensación de que alguien le sostiene la mano. O las dakimakura, almohadas muy populares destinadas a «abrazar» a algún personaje de anime, o las (increíblemente horrendas) fundas para sillas que imitan un abrazo.

En el capítulo de servicios, en Japón han creado el servicio a domicilio «alquila una hermana«. Un Glovo versión hermana mayor. Y es que en el país de Nintendo tienen un problema grave con los hikikomori, jóvenes que ante la presión social de su entorno, reaccionan con un completo aislamiento que les lleva a encerrarse en sus dormitorios o alguna otra habitación de la casa de sus padres durante periodos de tiempo prolongados, a menudo años. Estamos hablando de entre 600.000 y un millón de hikikomori en Japón. Las familias están recurriendo a mujeres sin formación médica que, por más de 200€ por sesión, visitan a los hikikomori cada semana y les ayudan a salir de sus dormitorios y volver a la sociedad.

Si giramos la cabecita un poco y miramos hacia China, allí lo que triunfa es el negocio de los Novios de Alquiler (quién quiere una hermana mayor pudiendo tener un novio). Y de nuevo encontramos la presión social como desencadenante. En esta ocasión, las jóvenes chinas son presionadas por sus familias para que encuentren pareja, ante esta premisa, las empresas que ofertan estos servicios se encargan de convencer a los padres de sus clientes de que no están solas. En Japón encontramos también servicios que prestan maridos/padres de alquiler, como el de Yuichi Ishii. Al final todo no es más que un engaño, hacia uno mismo o hacia los demás, que esconde una soledad que no se quiere afrontar con soluciones reales.

Si la COVID nos ha traído algo, es la imposición de nuevas barreras físicas para estar con personas. Así que han surgido emprendedores para aliviar estar necesidad de interactuación. Y si quitas la parte física, ¿qué nos queda?, la virtual. Las apps de contactos donde personas se ponen ante la videocámara para contar o escuchar (según de donde venga el dinero y a donde vaya) el día a día de la otra persona, han explotado. Por otra parte, la inglesa Onlyfans ha incrementado sus clientes gracias a la COVID y su orientación hacia el público «adulto».

Pero la reflexión final sobre el asunto de la soledad no va sobre la búsqueda de parches y soluciones efímeras, como las que hemos visto aquí. Y es que, como se dice en el artículo de The Guardian, el sentimiento de soledad es un mecanismo de nuestro cerebro para indicarnos que tenemos una carencia de algo.

Al igual que el sentimiento de sed es una indicación de deshidratación, la soledad es un aviso de que necesitamos retomar el contacto personal, la conexión humana, experimentar empatía.

En definitiva, no se trata de evitar el sentimiento de soledad, se trata de evitar que este aparezca. Si tu madre se siente sola, no le compres un altavoz Alexa al que preguntar cosas como «qué temperatura hace fuera» para camuflar que tiene algo con quien interactuar, ve a visitarla. Si tu abuelo está sólo, no le compres un cojín extra grande para que tenga algo a lo que abrazar, ve a verlo y abrázalo tú a él.

La soledad, un problema que hemos creado como sociedad, se ha convertido en una oportunidad de negocio. Y que vistas las aportaciones que esa incipiente industria ha dado hasta ahora para solventarla, en lugar de ayudar, podría jugar un gran papel en su perpetuación.

Este es un problema que va a ir aumentando exponencialmente año tras año. Un problema cuya solución real no reside en la tecnología, sino en los mismos humanos. La tecnología debe ayudar a detectar problemas, a buscar mecanismos para solventarlos y facilitar la resolución de los mismos. Pero al final, cuando lo que pide un humano es contacto de calidad humana, poco puede hacer ahí la máquina, más allá de buscar a otros humanos.

Imagen de portada de Matthew Henry en Unsplash